Dicen los entendidos que la naturaleza es sabia. Que cuando una planta se pone enferma es porque el suelo necesita materia orgánica. El suelo, fuente de vida de las plantas, acelera su muerte para obtener de ellas aquello de lo que carece. Por ello, sólo los suelos con un nivel adecuado de materia orgánica son capaces de producir plantas sanas.

Los inicios de los diferentes movimientos relacionados con la agricultura biológica están muy relacionados con la necesidad de aportar materia orgánica al suelo. Esta práctica tradicional fue abandonada a partir de la Revolución Verde, a mitades del siglo XX, cuando se empezaron a utilizar de forma generalizada adobos químicos solubles como método para fertilizar las plantas. La idea de que las plantas podían alimentarse a partir de soluciones nutritivas que contuvieran una mezcla de elementos básicos (el famoso NPK) relegando el papel del suelo a un simple apoyo físico de las raíces, ha tenido pésimas consecuencias en el mundo agrario. Plagas y enfermedades generalizadas, suelos degradados, aguas contaminadas, lagos y ríos “eutrofizados”, etc.

El suelo, aparato digestivo de la planta

Una de las bases fundamentales de la agricultura biológica es considerar el suelo como el responsable directo de la nutrición de las plantas. El suelo permite que la planta se alimente mejor o peor en función de su estado. Además, en el suelo viven millones de microorganismos que participan en el reciclaje de nutrientes y que son los que ponen a disposición de las plantas los nutrientes que necesitan.

Cuando se plantea el plan de fertilización, el primero paso es conocer la genética y estado estructural del suelo. El suelo se forma a partir de la degradación de las rocas y de la descomposición de la materia orgánica. Estos dos procesos forman, por un lado, las arcillas y, por otro, el humus. Las arcillas y el humus se unen para dar lugar a una estructura muy particular que es el complejo “arcillo humus”. Este complejo permite que el suelo deje de ser una masa de material compacto y desarrolle una estructura donde la vida es posible. Las raíces y todos los organismos que viven en el suelo necesitan respirar y también necesitan agua. Si el suelo no tuviera estructura no sería posible la circulación del aire y del agua y, por lo tanto, no sería posible la vida. Aunque un suelo sea muy rico en nutrientes, si no tiene una buena estructura que permita el desarrollo de las raíces, la planta no puede llegar a ellos. En este caso el suelo es como un gran supermercado en domingo: lleno de comida pero con las puertas cerradas. Aunque lleguen muchos camiones de reparto, aunque añadamos muchos nutrientes en forma de adobos químicos, las puertas del supermercado siguen cerradas y, por lo tanto, la planta no se puede alimentar bien.

El compost, una fuente de materia orgánica de primera calidad

La llave para abrir la puerta del supermercado es la estructura del suelo y ésta sólo se forma si el suelo recibe de forma regular una fuente de materia orgánica. Pero no todas las fuentes de materia orgánica son iguales. Sólo aquellas capaces de degradarse formando humus contribuyen a la formación del complejo “arcillo-humus” y, por lo tanto, al desarrollo de la estructura del suelo. Por ello, el compost se ha considerado desde los inicios de la agricultura biológica como el símbolo más representativo del movimiento.

El compostaje es un proceso que imita lo que pasa en los ecosistemas de forma natural cuando la materia orgánica llega a la superficie del suelo. A partir de una mezcla de materias orgánicas de diferente calidad obtenemos una materia muy rica en humus y que contribuye tanto en la nutrición de las plantas como en la formación de la estructura del suelo. Por ello, el compost se trata de una materia muy apreciada que cumple con todos los requisitos necesarios para poder practicar una agricultura de calidad y que resulta imprescindible en cualquiera huerto biológico.

Autor: Montse Escutia

Titulación: Ingeniera Agrónoma