En los compostadores de jardín son frecuentes unos animales que todo el mundo conoce de haber jugado cuando eran niños: son las cochinillas o bichos bola. Los nombres comunes varían en cada zona geográfica, y por tanto es difícil llegar a un consenso en cómo llamarlos. De todas formas, con la descripción y las imágenes es fácil saber de qué organismos hablamos.

Se trata de unos animalillos de color gris pizarra, que pueden llegar a medir alrededor de un centímetro y medio de longitud, y medio centímetro de anchura. Algunas especies pueden enrollarse en forma de bola cerrada y esconder incluso patas y cabeza. Así protegen las partes más blandas de su cuerpo.

Se caracterizan porque tienen siete pares de patas, y dos pares de antenas, aunque un par de estas antenas son muy poco visibles. En realidad son crustáceos, es decir, parientes de los cangrejos y las gambas. Como ellos, respiran por branquias, lo que provoca que sólo puedan vivir en lugares muy húmedos.

Un aspecto curioso de su biología es su manera de reproducirse. El acoplamiento tiene lugar de noche, por lo que es difícil de observar. El macho sube sobre la hembra y la acaricia con sus patas delanteras. Después se coloca a un lado, se arquea bajo el cuerpo de la hembra e introduce el esperma en una de las dos aberturas genitales que ésta tiene (una a cada lado del cuerpo). A continuación repite la operación al otro lado. En el abdomen, parte final del cuerpo, ventralmente las hembras presenten unos apéndices con unas expansiones membranosas que forman una especie de saco. Es en este órgano donde guardan los huevos fecundados. De los huevos salen las crías, que permanecen allí hasta que hacen unas cuantas mudas. Un poco como el saco donde los canguros crían a sus pequeños. Pero, a diferencia de los canguros, no tienen un solo descendiente cada vez, sino de 5 a 80. Pueden criar de una a tres veces por año.

Las mudas son cambios de piel, o exuvia técnicamente. Su piel es rígida y actúa como esqueleto. Este esqueleto es externo, a diferencia del nuestro, que es interno. Pero como es rígido, y no se puede estirar, no permitiría que el animal creciese. La solución es romper esta piel vieja, que se ha quedado pequeña, y fabricar otra nueva, más acorde con las nuevas medidas del individuo. Esta muda, o écdisis, tiene lugar en varias ocasiones a lo largo de la vida del animal, mientras esté en crecimiento. Otro aspecto remarcable de las cochinillas es que no mudan toda la piel de golpe, sino que lo hacen en dos veces separadas unos cuantos días, primero el abdomen y después cabeza y tórax. Por eso, no sorprende ver algunos individuos con coloraciones diferentes entre estas partes del cuerpo. Después de mudar, se comen la piel vieja para reaprovechar sus componentes. Pueden vivir hasta dos años.

Desde el punto de vista práctico, las cochinillas son piezas importantísimas en el proceso de transformación de la materia orgánica en la naturaleza. Al igual que las lombrices, como la lombriz roja que se usa en los vermicompostadores, además de materia orgánica en descomposición, pueden comerse sus propios excrementos y los de otros organismos. De esta manera, aprovechan mucho los restos y aceleran su transformación, lo que ayuda a conseguir compost en poco tiempo, y de muy buena calidad. Son muy poco exigentes en las condiciones que necesitan para vivir, precisando sólo humedad y oscuridad. Tanto comen restos frescos como los que llevan más tiempo en el compostador, lo que permite que se repartan por todo el contenido del mismo. Prefieren los restos vegetales, pero también consumen los animales.

Son, por tanto, unos grandes aliados de los aficionados al compostaje!

Son totalmente inofensivos ante otros organismos del compostador, pero tienen enemigos dentro y fuera del mismo. En el compostador se los comen los ciempiés y algunas arañas. Fuera del compostador, los erizos, los mirlos, los sapos y hasta incluso los zorros pueden alimentarse de ellas.