La cosecha es el momento más esperado y gratificante de todo el proceso. En función del tipo de vegetales depositados, la cosecha del compost se hará en distintos momentos, pero si se empieza de cero se calcula que se podría tardar unos nueve meses. Hay restos que se deshacen en pocos días y los hay que tardan meses.

Si se quiere saber si el compost está maduro, hay que coger un puñado con las manos y comprobar si huele a bosque, si se trata de una tierra de color negro o marrón oscuro, que mancha muy poco las manos porque no está muy húmeda, y si no se reconoce ninguno de los restos que se han depositado en el compostador, excepto ramas, piñas y huesos de frutos, que se separarán con una criba y se introducirán de nuevo en el compostador para que continúen su proceso más lento y vuelvan a servir de estructurante. La temperatura será la del ambiente a causa de la falta de actividad de los microorganismos, que se encontrarán en los restos más nuevos.

Lo más práctico es recoger todo el compost abriendo uno o dos laterales del compostador completamente, pero siempre se pueden recoger pequeñas cantidades abriendo sólo las puertas inferiores.

El compost se puede guardar alrededor de un año, pero lo más común es utilizarlo cuando se recoge, para que así no pierda sus propiedades. El compost ya cribado debe guardar en un lugar donde no esté cerrado herméticamente y donde no se pueda mojar, mejor en unas bolsas impermeables, pero abiertas para que pueda entrar el oxígeno.

Antes de almacenar el compost hay que asegurarse de que está bien maduro. De este modo, se evita que el proceso de descomposición tenga lugar fuera del compostador. Hay que protegerlo del viento, el sol y la lluvia, ya que estos factores pueden alterar el contenido de nutrientes de nuestro compost.

Lo ideal sería aplicar el compost un mes antes de hacer la siembra, ya que así se asegura que el proceso de maduración haya llegado a su fin.